domingo, 26 de abril de 2009

Sueño Fantastico





SUEÑO FANTÁSTICO
Como león enjaulado caminaba de aquí para allá y de allá para acá; me sentía melancólica. Recordé que tenia un libro de cuentos, fui por él de paso cogí mi silla preferida y salí al patio, me encantaba verlo tan grande y bien empedrado, con pasto en las hendiduras, parecía un mantel bordado; acomodé mi silla y me senté a leer.
Tan ensimismada estaba en la lectura que no reparé en la presencia de un ratoncito (quien medio muerto de hambre pedía de comer, pues tenía muchos días sin probar alimento) se acercó más y volvió a hacer la petición.
Por favor ¿quieres darme algo de comer? que desfallezco de hambre-.
Me quedé sorprendida. ¿Cómo es posible que un ratón pudiese hablar?
Así que... hablas; ¿Cómo es posible?
Bueno en tu mente todo es posible, pues está llena de fantásticas historias y en algunas he tomado parte.
Está bien, ahora dime: ¿Porque no has comido? Por lo regular, ustedes son animales muy destructores que todo roen y destruyen, ¿Porqué ahora no?
-Si tienes razón, pero también entre nosotros hay clases y yo soy de una esfera social diferente de la que tú conoces.
Cogí al ratoncito y lo subí a la silla mientras iba por comida; regresé con un pedazo de queso y otro de pan.
Bien ahí está su vianda majestad.
Sació su hambre, limpio sus bigotillos y dijo en tono muy solemne.
Gracias por alimentarme. Ahora quiero pagar tu bondad.
¿Tu?
Sí, yo.
Y ¿cómo si eres tan pequeño?
Eso lo verás ahora mismo, anda ven conmigo.
Cuando llegué a tu casa ahí dentro vi unos hermosos cuadros, veámoslos ¿quieres?
Mira ratoncito esos cuadros son producto de mi imaginación, pues jamás he visto esos paisajes.
Eso no importa a ti te gustó lo que pintaste, ¿O me equivoco?
Claro que no
Entonces dime. ¿Te gustaría hacer un viaje hacia esa dimensión desconocida? Hacia ese lugar que todo existe en tu imaginación.
¡Eso sería fantástico!
Claro que será fantástico, elige... ¿a cuál de los cuadros quieres entrar?
No sé, los dos son hermosos, me siento indecisa. ¡Elijo el que está junto a la puerta! y moviendo la cabeza en señal de aprobación dijo:
Bien, cierra los ojos e imagina que ya estás en ese bosque, que tocas las hojas llenas de rocío y mojas tus pies descalzos en las aguas cristalinas de sus riachuelos.
Abrí los ojos, el ratoncito había desaparecido, aunque alcancé a escuchar que decía:
Cuando quieras volver a tu mundo llámame así: ratoncito azul llévame en tu manto de tul.,
Al quedarme sola pensé: (Esto si que es hermoso!, bello entre lo bello); Ahora les narraré como si fuera un libro de cuentos y aquí comienza mi aventura:
Entre por un camino muy largo y angosto, como si lo hubieran hecho para pasar de uno en uno; los lados estaban llenos de flores y todas muy bellas que daría pena cortarlas o pisotearlas. El caminito estaba tapizado de canicas transparentes que semejaban gotas de agua petrificada., Me sentía feliz, fascinada por tanta belleza, entoné un alegre canturreo y empecé a recorrer el camino.
Quedé sorprendida ante unos árboles gigantes y frondosos, me recosté bajo uno de ellos i parecían manzanos, tenían frutos como esferas rojas y brillante!
¡Que ganas de comer una de esas esferas!, pero estaban tan altas... , Pensé: lástima que estén tan altas, sino me comería una. De pronto, como si hubiera dicho un conjuro, cayó una jugosa i manzana, la tomé y con recelo le di un mordisco, estaba verdaderamente rica.
Me levanté y seguí caminando. Llegué a unos matorrales, muy tupidos, sus tallos gruesos y retorcidos se doblaban por el peso de los frutos, eran racimos de uvas de varios colores, tomé una de cada racimo.
Al dar la vuelta en un recodo, encontré plantitas pequeñas que tenían en la parte más alta una sola flor en forma de campanita de . Oro, me gustaron tanto que corté una.
Esa mañana el sol brillaba en todo su esplendor, era hermoso lo que me estaba pasando. Sentí ganas de comer la uva de color oro. De pronto escuche un fuerte trueno, seguido de un resplandor, viento, ruidos extraños, me acerqué al lugar donde provenía esto, hice a un lado la maleza y vi. Un río grande enorme.
A pesar del rugir de sus aguas, las corrientes eran mansas pero salpicaban gotitas cristalinas que parecían oro puro. En las orillas del rio había tanta maleza, que no ser por el resplandor de las aguas estaría oscuro por tanta vegetación. Me quedé contemplando el correr de sus aguas, y como, de vez en cuando arrastraba en su caudal hojas caídas de los árboles cercanos.
Se me ocurrió poner la uva negra en una de esas hojas, de pronto el día se obscureció, sentí temor y arrojé la roja, la verde, la azul, así de una en una hasta llegar a las seis uvas que había cortado.
Entonces se formó una nube blanca qué bajó hasta el río, formó un remolino y de él salieron todos los colores de las uvas en forma de arco iris.
Me quede maravillada pensando que pasaría si arrojará otra cosa. Pero tenía que ser cuidadosa, ya que no sabía lo que podía ocurrir. Después de pensar un poco, decidí plantar las semillas de la manzana que me había comido y que había guardado en la bolsa de mi pantalón. Las planté dentro del río. Por supuesto al instante nació un tallo; parecía de cristal, me retiraba cuando recordé que tenía una flor. Por supuesto la campana; la arrojé lejos hasta en medio del rio tratando de imaginar el resultado. De pronto, no supe ni como, aparecí en otro lugar, aunque el rio seguía siendo el mismo, por su resplandor de oro y el destello del arco iris.
Ahora, las aguas corrían bajo un subterráneo taladrado por él mismo, las olas gigantes golpeaban las paredes formando figuras increíbles.
Empecé a escuchar una bella voz lejana que cantaba una melodía muy hermosa, seguida de un coro de voces graves, cadenciosas. Al final de cada estrofa se oía una campana sonar.
Espere un poco atisbando el comienzo del subterráneo y pude ver una canoa como de unos cuatro metros de largo y un metro y medio de ancho. En ella viajaba una hermosa mujer y un puñado de hombres que formaban el coro, y lo increíble .la campana que sonaba era nada menos que la flor arrojada hacia algunos minutos.
Me quede mirando aquellas figuras humanas hasta que desaparecieron y sólo se escuchaba el murmullo de sus voces,
Decidí terminar mi fantasía y llamé al ratoncito:
Ratoncito azul llévame a casa en tu manto de tul.
Por una veredita boscosa apareció el ratón, pero esta vez era gigante y de color azul. Me asusté un poco pero el me tranquilizó y me dijo: No temas, no te haré daño, soy e} que alimentaste. Ven sube a mi manto y cierra los ojos—Ahora ábrelos.
Al abrirlos me encontré en mi patio, pero se escuchaba la voz del ratón que me decía: Llámame cuando quieras viajar y recuerda que "los sueños sueños son"... Adiósss.

martes, 21 de abril de 2009

ALCOHOLESENCIAS



Dios, qué hambre traigo.
Pero cómo no voy a extrañarla...tanto, tanto tiempo junto. Mira todavía tengo el almidón en la camisa, la raya del pantalón, sus bordados grabados en los calzoncillos, un par de calcetines olorosos a jabón.
Nunca quiso dejar de trabajar, ni antes ni después de arrejuntados. Todas las semanas me entregaba el sobre amarillo de su salario, puntualmente sin faltar una semana.
Cuando la despidieron de la fábrica, allá por Mesones, dejó el pulmón derecho en el lavadero; acompletando mis gastos que, dicho sea de paso, no alcanzaba para mis largas noches en que me iba de pirujo.
Que quede como constancia de su amor antiguo esta pancita que con tanta paciencia día a día construyó.
Doy gracias a la misma vida por haberla tenido al lado. Un poco mocha, cómo diré... “tradicional”, siempre quiso casarse conmigo. De no haber pasado lo que pasó, chance y le hubiera dado gusto. Qué feliz estaría, en un día domingo, con el calorcito de las doce, esperando me levantara su vocecita diciendo: ya alevántate, ya está tu desayuno, te traje una cervecita. O bien; ya empezó el fútbol. ¡Pero no! Tuvo que llevarse Diosito a esa santa mujer.
Primero empezó a quejarse, dizque sentía mareos a cada rato. Al principio no le hice caso; creía , -y lo digo sinceramente- que se trataba de malos consejos de su madre. Después empezó a alevantarse más y más tarde, hasta que nos quitaron la leche de la Conasupo, asegún porque no llegaba por ella a las cinco y cacho de la mañana. Ese día sí que me indigné. No, no con los de la lechería, sino por su falta de responsabilidad. Dejé de hablarle hasta que consiguió, con una de sus amigas, le dieran de nuevo la dotación.
Eso sí: de ahí en adelante no tuve más remedio que estar al pendiente de que se alevantara y así de la hora que tenía que alevantarme desvelado, todo ojerudo para irme a trabajar.
Cada día se ponía más delgada y como más floja. E! día que estaba más enmuinado y dispuesto a poner un hasta aquí a ¡a situación, al llegar a la casa, ya no se prendieron sus ojitos como cada vez que la regañaba: por el contrario se le notaban apagados. Como idos en no sé qué tristeza.
Entonces sí que me asusté, corriendito que voy por la seño Elodia -la del ocho- y que me la jalo pa I chante, con todo y sus velas de colores, sus huevos dizque de gallina negra, sus yerbas y no sé qué tantas otras cosas.
Qué jaloneo el de toda la noche: rompiendo sábanas para hacer compresas, hirviendo agua. Palabra que no dejaban dormir: no sé si por el trajín que traían o por un cierto temor que me empezaba a nacer.
Yo digo que esa noche con todo, fue providencial, porque el día siguiente no fui a trabajar; aunque doña Elodia trató de despertarme: ¡ya estaba de Dios!. Lo siento por aquel día. Tenía un hambre de los demonios. Eso de pasar más de doce horas sin comer mata a cualquiera y la Cointa cada vez pior: blanca como carne de gallina, con los labios descarapelados, igualitos a la pared del cuarto que nunca pude resanar por falta de tiempo. En esos momentos sí deveras me espanté. Acercándome a ella le dije: ¿qué tu pasa chinita, es que no vas a pararte a darme de desayunar?
Como que entreabrió el ojito derecho, recuerdo muy bien, y apenas oyéndola me dijo: perate un ratito Lorenzo, ahorita voy.
Pasaron las horas y nada que se paraba. Entonces, ya deveras con hambre que me descuelgo con la seño Elodia, que. con la, finta de preguntarle por la Cointa, a ver si me invitaba un taco. Pero no estaba y ya mi estómago padecía el rigor. Digo, tanto tiempo su alimento mata a cualquiera.
Más tarde llegó doña Pacha -la del tres- con un dizque té para la chaparra y, como no se lo quería tomar ni sosteniéndole la cabeza, me lo tuve que tomar yo. Eso sí, de carreríta, ni sabor le agarré, porque doña Pacha duro y duro con que fuera por el médico.
Ya en la calle no podía quitarme la cara de la Cointa: toda blanca como de papel y empecé -no sé ni cómo- a llorar y a ponerme como loco. Fue entonces que me encontré al Chuchó que me dijo ¡qué pasa mi carnal! ¿Se le hizo otra vez tarde pa ' la chamba? Come si fuera mi padre, entre moco y moco, le conté lo que le pasaba a la Cointa. La "Coy" -como le decía de cariño- nunca la olvidaré. Me abrazó como queriendo darme fuerzas y que mi pena fuera su pena; mi desesperación fuera suya.
Estábamos cerquita, a un paso de la pulquería. Ya no supe ni cómo pero ahí estábamos tomando tequila con oranch, pensando cómo conseguir un médico.
¡Cómo son las cosas, -cómo es grande la providencia! Digo yo: ¡qué chingón! Entre todos los cuates que vamos por la Coy. Y ya en la casa -tu chante, carnal- él bolón de ñoras y la chinita en medio como pajarito entelerido, con sus greñitas lacias, lacias como virgen y mártir de iglesia. Al cargarla como que toda se escurría.
Salimos todos los cuates cargándola en la cobija, que apenas anteayer había comprado en abonitos, rumbo a Inguaran. Ya casi en las esquina nos alcanzó el taxista del cinco y sin más. Va pa ' rriba mi chinita, más blanca que el atole, con su pescuecillo de lado y la babita escurriéndosele.
¡Qué largo el camino! Ya casi hasta el hambre se me había quitado. Traía a la Coy abrazándola, como queriendo protegerla. Ahí si que lloré como lloran los hombres. Los borbotones de lágrimas que se me salieron, como nunca, como tromba, como chaparrón. Y el mendigó tráfico de las tres de la tarde; la gente caminando como hormigas borrachas por todos los lados y los oficinista -yo pensaba- dentro de sus cochecitos quitándose el nudo de sus pinches corbatas; los semáforos donde quiera en rojo. ¡Qué desesperación, carnal, qué desesperación!

A vuelta de rueda llegamos al hospital y preguntas y preguntas: que si tenía o no carnet; que qué es lo que tiene; que si traía calentura. ¡Y cómo, si estaba más fría que el pan de ayer!
Esa noche la pasé junto a ella. Cómo no iba a estar, sin saber que era la última oportunidad de estar con ella. El último sacrificio al que tenía derecho. Qué de mangueras confundiéndose con sus flacos brazos: mangueras por todos lados, hasta por su nariz, de por si grande, ahí parecía costeña. Ya no podía dormir; vuelta y vuelta como león hambriento.
¡Cómo se le quiere a la mujer, cómo se le clava sin saber dónde ni porqué, aquí dentro! Lo supe cuando se la llevaron a operar. Lo último que vi de ella fueron sus patitas que salian de las sábanas. Todavía tenían las ampollas de los últimos zapatos que le compré en el tianguis.
¡Así es, así fue! ¡Salú, compadre! ¡Compadre salú! Por dios: qué hambre me cargo.

viernes, 2 de enero de 2009

La Nota







Sonrió para sus adentros, nadie reparaba en el, mientras su mirada penetraba en ese rostro dormido, quieto, afilado, marmoleo. Ningún gesto facial, ningún movimiento, la más mínima emoción se reflejaba en Claudio, como si no estuviera ahí, sintiendo la partida de aquel que observaba inerte.
¡Qué tipo tan estúpido! ¡qué forma de vivir su basura!.
Pensaba para sí, mientras intentaba con vano esfuerzo, sentir un poco de compasión por el difunto. Una figura paso cerca de él, sin tomarlo en cuenta, aproximándose al ataúd para mirar al que dormía el eterno sueño. Claudio se hiso a un lado para no estorbar a los curiosos, después de todo lo conocía tan bien que, no valía la pena que estuviera ahí dándole su ultimo adiós.
-¿Cómo pudo defráudarme cuando le daba todas las oportunidades para salir de su infierno?, No tuvo la voluntad para empujar, El siempre, siempre supo su camino y nunca lo tomo –
- ¡Pendejo! - Como pudo pecar de esa forma. En la mente de Claudio bailaba un estribillo leído alguna vez por quien sabe quien, en alguna pare, no recordaba donde, que le taladraba el cerebro, sangrándole el corazón.
“Pues aquel que peca por segunda vez
Despierta un alma muerta al dolor
Y la arranca de su sudario inmaculado y la hace sangrar de nuevo
Y la hace sangrar en vano...
Tal vez lo que había hecho al morirse, lo había hecho muy bien ¡perfecto!.
¡Como soñamos cuando niños! ¡Cuánto viajamos a través de la imaginación!
Navegantes del mundo viviendo la felicidad plena de la niñez y sin embargo... El nunca quiso salir de esa etapa, se estanco. Fue un buen hombre, pero de estos se encuentra lleno el infierno. ¡Qué manera tan absurda de creer en Dios! ¡Hipócrita!. Persignado y mentiroso. No sentía pena por mí, no podía sentirla, me arrastro en su remolino de indefiniciones, como un barco sin timón navegando por dónde el viento nos llevara, obligándonos a ser esclavos de los sucesos y del dolor.
Por fin se había arrancado esa espina que lo lastimaba y de la que tanto le había hablado, espina que lo sensibilizaba y que siempre había estado dentro de el, reclamándole su absurdo proceder...
¡Felicidades compadre! Lo has hecho por fin ahora eres un hombre exitoso. Alguien paso ofreciendo café, pero Claudio no quiso tomar nada, no tenía el menor deseo de ingerir nada en esa casa, de quien tanto la había defraudado.
La noche se abrazaba por las ventanas del cuarto, donde se velaba el cadáver, la temperatura había bajado y los asistentes se cubrían para soportar la velada. Los cuchicheos se oían alrededor, mientras Claudio a unos pasos del ataúd con la mirada perdida en sus reflexiones, parecía una estatua fría , impersonal, pétrea, sin mover un musculo.
Respiro profundamente, nadie tenía la menor atención hacia él, pero eso no le importaba, se sentía libre, como si dejara de cargar un gran peso, libre para caminar por los senderos.
Con una inmensa paz que lo invadía, y dándole una última mirada al cuerpo, se encamino hacia la puerta abierta que conducía a la calle, perdiéndose su figura en la oscuridad, diluyéndose en las sombras.
-Claudio, despierta, ya es tarde, tienes que irte a trabajar –
Oyó la voz de su esposa y de forma pesada y con dolor de cabeza; se levanto con pereza de la cama: Se sentía cansado como si no hubiese dormido una angustia danzaba en su estomago y no sabía porque.
-H a de ser por no haber descansado bien, he de haber soñado tanto, que no dormí realmente, como me gustaría levantarme más tarde pero necesitó de dinero para pagar- e hiso un recuento de sus múltiples acreedores.
Tomó su ropa y al vestirse no se dio cuenta de un pedazo de papel, que caía de la bolsa de su pantalón una nota que en días anteriores, en una biblioteca había copiado de Oscar Wilde que decía:
“Pues aquel que peca por segunda vez.....