martes, 21 de abril de 2009

ALCOHOLESENCIAS



Dios, qué hambre traigo.
Pero cómo no voy a extrañarla...tanto, tanto tiempo junto. Mira todavía tengo el almidón en la camisa, la raya del pantalón, sus bordados grabados en los calzoncillos, un par de calcetines olorosos a jabón.
Nunca quiso dejar de trabajar, ni antes ni después de arrejuntados. Todas las semanas me entregaba el sobre amarillo de su salario, puntualmente sin faltar una semana.
Cuando la despidieron de la fábrica, allá por Mesones, dejó el pulmón derecho en el lavadero; acompletando mis gastos que, dicho sea de paso, no alcanzaba para mis largas noches en que me iba de pirujo.
Que quede como constancia de su amor antiguo esta pancita que con tanta paciencia día a día construyó.
Doy gracias a la misma vida por haberla tenido al lado. Un poco mocha, cómo diré... “tradicional”, siempre quiso casarse conmigo. De no haber pasado lo que pasó, chance y le hubiera dado gusto. Qué feliz estaría, en un día domingo, con el calorcito de las doce, esperando me levantara su vocecita diciendo: ya alevántate, ya está tu desayuno, te traje una cervecita. O bien; ya empezó el fútbol. ¡Pero no! Tuvo que llevarse Diosito a esa santa mujer.
Primero empezó a quejarse, dizque sentía mareos a cada rato. Al principio no le hice caso; creía , -y lo digo sinceramente- que se trataba de malos consejos de su madre. Después empezó a alevantarse más y más tarde, hasta que nos quitaron la leche de la Conasupo, asegún porque no llegaba por ella a las cinco y cacho de la mañana. Ese día sí que me indigné. No, no con los de la lechería, sino por su falta de responsabilidad. Dejé de hablarle hasta que consiguió, con una de sus amigas, le dieran de nuevo la dotación.
Eso sí: de ahí en adelante no tuve más remedio que estar al pendiente de que se alevantara y así de la hora que tenía que alevantarme desvelado, todo ojerudo para irme a trabajar.
Cada día se ponía más delgada y como más floja. E! día que estaba más enmuinado y dispuesto a poner un hasta aquí a ¡a situación, al llegar a la casa, ya no se prendieron sus ojitos como cada vez que la regañaba: por el contrario se le notaban apagados. Como idos en no sé qué tristeza.
Entonces sí que me asusté, corriendito que voy por la seño Elodia -la del ocho- y que me la jalo pa I chante, con todo y sus velas de colores, sus huevos dizque de gallina negra, sus yerbas y no sé qué tantas otras cosas.
Qué jaloneo el de toda la noche: rompiendo sábanas para hacer compresas, hirviendo agua. Palabra que no dejaban dormir: no sé si por el trajín que traían o por un cierto temor que me empezaba a nacer.
Yo digo que esa noche con todo, fue providencial, porque el día siguiente no fui a trabajar; aunque doña Elodia trató de despertarme: ¡ya estaba de Dios!. Lo siento por aquel día. Tenía un hambre de los demonios. Eso de pasar más de doce horas sin comer mata a cualquiera y la Cointa cada vez pior: blanca como carne de gallina, con los labios descarapelados, igualitos a la pared del cuarto que nunca pude resanar por falta de tiempo. En esos momentos sí deveras me espanté. Acercándome a ella le dije: ¿qué tu pasa chinita, es que no vas a pararte a darme de desayunar?
Como que entreabrió el ojito derecho, recuerdo muy bien, y apenas oyéndola me dijo: perate un ratito Lorenzo, ahorita voy.
Pasaron las horas y nada que se paraba. Entonces, ya deveras con hambre que me descuelgo con la seño Elodia, que. con la, finta de preguntarle por la Cointa, a ver si me invitaba un taco. Pero no estaba y ya mi estómago padecía el rigor. Digo, tanto tiempo su alimento mata a cualquiera.
Más tarde llegó doña Pacha -la del tres- con un dizque té para la chaparra y, como no se lo quería tomar ni sosteniéndole la cabeza, me lo tuve que tomar yo. Eso sí, de carreríta, ni sabor le agarré, porque doña Pacha duro y duro con que fuera por el médico.
Ya en la calle no podía quitarme la cara de la Cointa: toda blanca como de papel y empecé -no sé ni cómo- a llorar y a ponerme como loco. Fue entonces que me encontré al Chuchó que me dijo ¡qué pasa mi carnal! ¿Se le hizo otra vez tarde pa ' la chamba? Come si fuera mi padre, entre moco y moco, le conté lo que le pasaba a la Cointa. La "Coy" -como le decía de cariño- nunca la olvidaré. Me abrazó como queriendo darme fuerzas y que mi pena fuera su pena; mi desesperación fuera suya.
Estábamos cerquita, a un paso de la pulquería. Ya no supe ni cómo pero ahí estábamos tomando tequila con oranch, pensando cómo conseguir un médico.
¡Cómo son las cosas, -cómo es grande la providencia! Digo yo: ¡qué chingón! Entre todos los cuates que vamos por la Coy. Y ya en la casa -tu chante, carnal- él bolón de ñoras y la chinita en medio como pajarito entelerido, con sus greñitas lacias, lacias como virgen y mártir de iglesia. Al cargarla como que toda se escurría.
Salimos todos los cuates cargándola en la cobija, que apenas anteayer había comprado en abonitos, rumbo a Inguaran. Ya casi en las esquina nos alcanzó el taxista del cinco y sin más. Va pa ' rriba mi chinita, más blanca que el atole, con su pescuecillo de lado y la babita escurriéndosele.
¡Qué largo el camino! Ya casi hasta el hambre se me había quitado. Traía a la Coy abrazándola, como queriendo protegerla. Ahí si que lloré como lloran los hombres. Los borbotones de lágrimas que se me salieron, como nunca, como tromba, como chaparrón. Y el mendigó tráfico de las tres de la tarde; la gente caminando como hormigas borrachas por todos los lados y los oficinista -yo pensaba- dentro de sus cochecitos quitándose el nudo de sus pinches corbatas; los semáforos donde quiera en rojo. ¡Qué desesperación, carnal, qué desesperación!

A vuelta de rueda llegamos al hospital y preguntas y preguntas: que si tenía o no carnet; que qué es lo que tiene; que si traía calentura. ¡Y cómo, si estaba más fría que el pan de ayer!
Esa noche la pasé junto a ella. Cómo no iba a estar, sin saber que era la última oportunidad de estar con ella. El último sacrificio al que tenía derecho. Qué de mangueras confundiéndose con sus flacos brazos: mangueras por todos lados, hasta por su nariz, de por si grande, ahí parecía costeña. Ya no podía dormir; vuelta y vuelta como león hambriento.
¡Cómo se le quiere a la mujer, cómo se le clava sin saber dónde ni porqué, aquí dentro! Lo supe cuando se la llevaron a operar. Lo último que vi de ella fueron sus patitas que salian de las sábanas. Todavía tenían las ampollas de los últimos zapatos que le compré en el tianguis.
¡Así es, así fue! ¡Salú, compadre! ¡Compadre salú! Por dios: qué hambre me cargo.

1 comentario:

olemago dijo...

Alejandro Taxi Libre: no sé cuándo y dónde, nos conocimos o, probablemente nos conectaron vía radio taxi. el caso es que fue una agradable sorpresa encontrar, por pura casualidad, ALCOHOLESCENCIAS y más la fotografía que lo acompaña.
Alabo el empeño por estar con la necedad de estar haciendo este tipo de trabajo cultural. Enhorabuena.
Por otra parte tengo un cuento nuevo con el tema de taxistas. Sí te llega a interesar pues héchame un linmey: primomendoza@yahoo.com.mx

Un saludo valedores.